En la cima del encanto, un grito descomunal destrozó los
tímpanos del infinito y rompió el silencio. Toda la quietud se evaporó y los
cielos se desmoronaron en pequeños cristales, las nubes se estremecieron de
principio a fin y las estrellas se ocultaron.
Ella, ella gritó su nombre.
Su corazón fue su portavoz. Entre sollozos de placer y
caricias agonizantes cerró los ojos para ver su rostro, para saber qué hacía lo
correcto, para demostrarle que podía seguir la orden de morir en la distancia.
Sus lágrimas delataban su inconformidad y la fuerza con que sus puños se
cerraban en cada vaivén revelaban sus ganas de no querer estar ahí, sus ganas
de gritar una y mil veces su nombre aunque ningún mortal entendiese su idioma,
aunque ningún oído escuchase murmullo alguno.
El perfume de la muerte se percibe por doquier, en cada
rincón, en cada rendija, en cada recuerdo. Se distingue en un baile lánguido
por encima de las vestiduras que arruinadas en el piso yacen. Se combina con el
tiempo que seca las gotas lúgubres que pintan los restos de una historia
incontable.
No hay nada más que referir, su grito se ahogó en un inmesno
mar de desalientos, de suplicas inconscientes de otros caminos, de nuevos
horizontes, los que nunca dejaron de vivir, los que siempre permanecieron.
Luchaba minuto a minuto por un tesoro disipado, y como disipado se hundía más
en el pantano, se alejaba más de ella...
ELLA CUMPLIÓ LA ORDEN, CUMPLIÓ LOS DESIGNIOS Y HOY CAMINA REMORDIÉNDOSE LA EXISTENCIA FANTASMAL.
Comprendió ke no hay espacio para ella y comprendió mejor
que esta ausencia no es análoga del pecado. Ahora sólo aguarda con el silencio,
baila con el miedo y calla con afonía... mirando con desdén como el nombre del
grito se pierde en el abismo.
C.C.
No son necesarias las palabras, si Dios existiera, hubiera considerado que tus palabras fueran su materia constitutiva. Si la materia constitutiva de lo sueños necesitarían de una sueño, se llamarían Cristina.
ResponderEliminarWo ai ni